El Niño y la Verdad (La historia de Alegundo)
Autor: Alí van
Corría el año de 1956, la ciudad de Durango[1] era pequeña, aún las personas que vivían en el centro de la ciudad se conocían. Las Beatas[2] siempre atentas, convertidas en guardianes de la religión, con mirada inquisitiva observaban los rostros de las señoras, señores y niños que asistían a la iglesia. A diario pasaban lista con la mirada para descubrir quién faltaba a la misa matutina, la vespertina o la nocturna. Nadie podía faltar a cualquiera de las misas sin ser notado e inmediatamente pasar a las listas de la imitación de inquisición[3], que castigaba al culpable con la ley del hielo, consistente en el retiro del saludo y la exclusión social. La exclusión social era el castigo más fuerte y sólo se aplicaba a los herejes: si el castigado debía dinero, el pago era exigido de inmediato con la amenaza de embargar sus bienes; de repente perdía su empleo o le iba mal en sus negocios; la mala suerte lo perseguía y Dios lo abandonaba. Las Beatas eran muy católicas pero no Cristianas practicantes, no amaban a su prójimo como a sí mismas, más bien tenían la actitud de los Fariseos, perseguían y sacrificaban a quién no practicaba la religión como ellas, la sociedades cerradas y beatas esperan que todas las personas se comporten como borregos, sin identidad propia. El comportamiento de los hombres de la ciudad era un poco más pasivo pero solidario con las Beatas.
Era tan pequeña la ciudad que se podía recorrer todas sus angostas calles a pie e ir de un extremo a otro cuando más en media hora. Sin embargo, había camiones de pasajeros, automóviles colectivos que seguían rutas preestablecidas y taxis. Ser dueño de un automóvil o camión particular era signo de estatus social alto, pues no había muchos, posiblemente por su costo. Sólo la jerarquía de la iglesia los políticos de alto rango, los industriales tala bosques (madereros) y los terratenientes (propietarios de grandes terrenos), ostentaban este avance tecnológico.
Era un secreto, pero se rumoraba que la mayoría de los comercios de la ciudad, el propietario verdadero era el clero, es decir, la jerarquía[4] de la iglesia católica, y que los que atendían y aparecían como dueños, sólo eran empleados prestanombres[5].
En este ambiente creció el niño llamado Alegundo, cuyo alias le fue impuesto por un profesor de sus hermanos mayores que lo quería mucho. Al profesor le gustaba discutir con Alegundo y admirar que a tan corta edad, conociera tantas palabras y tuviera la capacidad de usarlas coherentemente. El profesor y Alegundo sostenían verdaderos alegatos sobre diversos temas, donde el profesor se dejaba ganar, permitiendo, de esta manera, que Alegundo incrementara su autoestima. Los niños aprenden mejor y desarrollan sus mejores habilidades en un ambiente de aprobación. Posiblemente, el carácter de Alegundo y su suficiencia para enfrentar las diferentes experiencias de la vida y su rebeldía, se originó en su relación con el profesor.
El niño Alegundo desde muy pequeño jugaba a las canicas, por lo regular, con niños mayores que él, en un jardín situado atrás, en el sur, de la iglesia de San Miguel, cuya puerta oriente quedaba justo frente a la puerta de su casa. Era muy inquieto, observador y con un impulso enorme a ser protagonista de los acontecimientos. Observó que las campanas de la iglesia se tocaban colgándose de un lazo, atado a ellas y que bajaba desde lo alto de la torre hasta cerca del piso, justo donde él podía alcanzarlo.
La mamá de Alegundo tenía obsesión por la higiene. Como las canicas se jugaban en la tierra, a Alegundo se le partían las manos, el clima de Durango, una buena parte del año, es frió y seco, a los niños que juegan con tierra se les forman una especie de guantes con costras y llagas pequeñas que supuran sangre y son muy dolorosas (en el lenguaje local se llama partirse las manos o la piel), haciendo necesarios tratamientos rigurosos de curación con remojo en agua caliente, a la mayor temperatura que se aguante, frotando las costras para quitarlas de la piel, finalizando con un secado con toalla y untando ungüento de glicerina con jugo limón. Arde como quemada, pero después de irse a la cama a dormir, porque el tratamiento se debe hacer por la noche, al otro día los guantes de costra desaparecen y las heridas cicatrizan. Se continua untando la glicerina con limón pero ya no duele, volviendo a tener la piel suave y tersa.
Con una mamá tan obsesionada por la higiene no era raro ser mandado varias veces al día a lavarse las manos. También un niño se vuelve exigente para con los demás y les exige que se laven las manos. Alegundo era muy exigente, a lo mejor a él, se le olvidaba lavarse las manos, pero a los demás que estaban bajo su mirada inquisitiva, les exigía que se las lavaran. Las personas mayores festejaban. ¿De dónde copió Alegundo esta actitud? Tenía buenos maestros, sólo había que ir a la iglesia y ser observador. Las beatas daban lecciones gratis todos los días.
Alegundo había tenido ya regaños severos del señor Cura[6]. Los monaguillos o acólitos[7] lo acusaron con el sacerdote, por haberse adelantado a ellos, en una ocasión y varios intentos fallidos, para tocar las campanas de la iglesia, por lo cual tuvo varios enfrentamientos verbales con los que se sentían con el legítimo derecho de tocarlas, es decir, los monaguillos. A consecuencia de esto fue regañado severamente por el señor Cura, echado por los acólitos fuera de la iglesia a patadas, asestadas disimuladamente, a escondidas del sacerdote, claro. Alegundo conoció de esa manera que los que hipócritamente están más cerca de la iglesia y se dan golpes de pecho todos los días, suelen ser muy crueles y ni siquiera se preocupan de que Dios los vea (posiblemente porque creen que Dios esta de su parte). Alegundo contaba con sólo cinco años de edad. Pero por las discusiones acerca de Dios, con el profesor de sus hermanos, sabía que Dios esta en todas partes y que si nos portamos mal él nos ve. Respecto a lo que decían en la iglesia de que Dios castiga, Alegundo tenía serias dudas, no alcanzaba a comprender ¿Por qué los acólitos no eran castigados por abusivos después de patearlo? Más bien, contaban con mucho reconocimiento y eran consentidos del señor cura.
Las desgracias no son gratis, pero detrás de una desgracia siempre hay la semilla de una gran oportunidad. Dios es muy grande, inmensamente grande que escapa de nuestra comprensión, y lo que en apariencia se nos presenta como una desgracia, sólo es una manera que Dios utiliza para mostrarnos un camino mejor. Darnos cuenta de éste nuevo rumbo y seguirlo queda a nuestra elección. Las fricciones de Alegundo y el clero se repitieron, en la primera posada de diciembre, celebrada en la iglesia, los monaguillos, con mayor edad que él y guardándole rencor por lo de las campanas, lo empujaron fuera de la fila donde estaban dando los aguinaldos, que son una bolsa conteniendo dulces, colaciones y cacahuates, a la cual los niños no poden renunciar, por lo que Alegundo, sin importar que el monaguillo era más grande, se le enfrentó con firmeza, teniendo un pequeño intercambio de golpes y empujones, quedándose en la fila y recibiendo su aguinaldo. ¡No faltaba más!
La gota que derramó el vaso.
Un día Alegundo estaba jugando canicas en el jardín de atrás de la iglesia, con varios niños, llego el señor Cura, todos los niños se pusieron de pie (las canicas se juegan con las rodillas en el piso) y corrieron a besarle la mano, costumbre muy usual en aquel tiempo. Alegundo preguntó al señor Cura si se había lavado las manos. Nunca hubiera hecho eso, la simpatía que no era muy buena, a causa de los incidentes con el toque de campanas y los chismes de los monaguillos, cambió a verdadera antipatía. Asistir a la iglesia se convirtió en una experiencia hostil y a pesar de que su mamá, muy católica (Guadalupana), lo enviaba diario a la iglesia Alegundo felizmente dejo de asistir, aprovechando esas salidas para jugar en la calle.
Un día Alegundo en compañía de un primo un año mayor que él, descubrieron como subirse furtivamente en los coches, “colear coches”, que consiste en subirse en la defensa de atrás cuando el coche esta detenido en el semáforo, pasearse unos metros y bajarse (hay que aclarar que en esa época los coches más rápidos circulaban a 20 Kilómetros por hora, hoy día a 80 ó 100, ¡ni siquiera intentarlo!). Esto les producía una fuerte emoción y Alegundo y su primo, fueron aumentando el grado de dificultad, para sentir más emoción. Al ser sorprendidos y regañados por un conductor, dejaron su aventura y se dirigieron a otra calle a una cuadra de allí. En busca de nuevas y excitantes aventuras. Si los niños hiciéramos caso a tiempo, ¿cuántos accidentes se evitarían?
Un camión de plataforma grande que estaba estacionado avanzó despacio hacia delante, Alegundo y su primo se montaron colgados de la plataforma, el camión avanzó un poco más, pero se detuvo y empezó a caminar en reversa, varios transeúntes empezaron a gritar al chofer ¡Los niños! ¡Los niños!, el chofer detuvo el camión, pero ya era muy tarde Alegundo estaba acostado abajo del camión, el brazo derecho de su primo estaba debajo de la llanta derecha. Alegundo salió ileso, sin un rasguño. Mientras el primo no tuvo la misma suerte, fue recogido por la Cruz Roja y llevado de emergencia la hospital.
Alegundo se marchó a su casa, llegando le dijo a su mamá: En la calle de atrás, un camión acaba de atropellar a dos niños, uno está herido y se lo llevo la Cruz Roja al hospital, al otro no le paso nada. La mamá contestó: Ya no salgas a la calle, no ves que es peligroso.
Dos horas más tarde llego la tía con su hijo (el primo de Alegundo) enyesado del brazo, el cual se había roto al pisarlo la llanta del camión. Platico en voz alta toda la aventura, que el primo de Alegundo le había contado y la que vivió ella en el hospital. La mamá de Alegundo le comentó que ya se sabía la historia que Alegundo se la contó. Porque Alegundo no decía mentiras, solamente había omitido, por error, mencionar quién era el otro niño, el que no estaba herido.
Los papás de Alegundo no lo castigaron (cosa muy común en la época[8]), porque dijo la verdad, se llevó solo un regaño por su pequeña omisión. Desde entonces, Alegundo ha dicho la verdad, por dura que esta sea y enfrentado sus consecuencias, en una sociedad donde las mentiras son habituales y la tentación de mentir lo asaltaba todos los días.
Alegundo dejó de ir a la iglesia y de practicar sus ritos, hasta ser un adulto. La lección del accidente le despertó muchas dudas acerca del Dios titiritero, que desde el cielo maneja todos los hilos y decide los actos de nuestras vidas. Sin asistir a la iglesia decidió estudiar la religión cristiana, directamente en la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, particularmente el sermón de la montaña. Conoció la vida de Jesús, la vida de los santos, en particular la del mínimo y dulce Francisco de Asís. El Viejo Testamento, aunque lo ha estudiado, no se identifica con él, como Alegundo no es Judío, él no pertenece al pueblo elegido y, según él, lo deja para que los elegidos estudien su historia.
[1] Ciudad del interior del país, situada al norte de México.
[2] Las beatas son mujeres fanáticas de la iglesia católica, que asisten a todas las misas y pertenecen a alguna de sus congregaciones: Hijas de María, Las Guadalupanas, etc.
[3] Inquisición, tribunal de la religión católica, que perseguía, torturaba, juzgaba y condenaba a los que no profesaban la religión. Muy parecido e incluso más cruel que los Fariseos que sacrificaron a Jesús.
[4] La jerarquía o clero de la iglesia son: los sacerdotes, los obispos, los arzobispos, los cardenales y el Papa.
[5] Persona fiel a cuyo nombre aparece registrado el negocio, pero que sólo es un empleado.
[6] En México se llama Cura al sacerdote del templo o iglesia católica encargado de decir las misas y los sermones durante el culto a Dios.
[7] El monaguillo o acolito, es la mayor parte de las veces un niño voluntario (algunas veces un joven) que auxilia al señor Cura, durante la misa o culto a Dios.
[8] Se golpeaba a los niños con un cinturón de cuero, pa´que se eduquen, si siñor. Guercos mondaos.
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