domingo, 12 de agosto de 2012

No sólo de pan...


Alimentación, tema de Estado
Yuriria Iturriaga
Si el motor de la vida es el instinto de supervivencia y su combustible la alimentación, ¿por qué este tema específico es obviado por quienes dirigen los destinos de las naciones, hombres o mujeres, y lo reducen al tema de la producción? ¿Por qué sólo se habla de productos (maíz, arroz, trigo, oleaginosas, jitomate, chile…) con relación a volúmenes, precios, oferta y demanda, importaciones, inflación, como parte de estadísticas y a veces de la canasta básica, pero no figura su conjunto bajo un rubro que defina el concepto de alimentación, que guíe la investigación sobre este fenómeno y determine las políticas públicas para asegurar este derecho universal?
¿Por qué este tema no forma parte de las promesas de campaña, ni de los programas de gobierno o del reporte de  logros en este rubro? ¿Por qué se habla de ello sólo cuando una hambruna local se revela a la opinión pública o cuando un grupo de especialistas dedicado a la nutrición reclama que ningún candidato a la Presidencia abordó la mala alimentación, la obesidad y la diabetes? ¿Como si sólo el hambre y la enfermedad pudieran darle seriedad a este asunto? La prueba es que publicaciones serias sobre producción agrícola y conexos temen aceptar colaboraciones alrededor del hecho de alimentarse, como si esto fuera una frivolidad del género humano representada por la apropiación que bajo el nombre de gastronomía han hecho un millar de escuelas-negocio a través de la República.
Sin duda, un historiador de las ideas diría que en el México actual la alimentación constituye aún un obstáculo epistemológico para las clases dirigentes y particularmente entre políticos y académicos, para quienes este hecho tan cotidiano, inherente a sus propias vidas, no puede ser reflexionado y por lo mismo consideran indigno de constituir una disciplina propia del conocimiento y de la investigación.
Mientras que los productores directos de alimentos que consumen ellos mismos, insumos y platillos cocinados, convierten su experiencia en centro del pensamiento, creación y transmisión de conocimientos, es decir, en cultura de la alimentación; pero ellos son especialmente discriminados por negociantes y consumidores de alimentos, los que ignoran o minimizan el papel histórico de la alimentación en el desarrollo del conocimiento humano: en la ingeniería (se construyeron antes que techos, silos), el transporte (antes que para humanos para productos), la aritmética y geometría (pesas, medidas, equivalencias, para la producción y el comercio), geografía, medicina, botánica, zoología… disciplinas (no exhaustivas) emanadas de la necesidad de alimentarse suficiente, con calidad y de acuerdo con cada cultura.
Para el nuevo proyecto de nación que merecemos y tendremos, propusimos la creación de la Secretaría de Alimentación Pública en vez de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo rural, Pesca y Alimentación, cuyo sólo nombre indica el lugar de la alimentación en el pensamiento y obra de la burocracia mexicana, cuando ésta debe integrar todos los otros rubros y más.
Porque no es un asunto menor ni banal transformar la manera de pensar la alimentación: de resultado de la productividad de una clase y negocio para los productores, de carga para el gobierno y un rubro más de sus importaciones, a pensar este fenómeno como el combustible del motor de la vida de un pueblo, vida de la que el Estado debe ser garante.