Atlalilco


Atlalilco
Ulises Trejo Amador.
Recuerdo muy bien cuando estaba por finalizar la construcción de la línea 12 del metro. Allá por el mes de septiembre del 2012.

Iba yo de regreso a mi casa ya por las nueve de la noche y unos pasajeros de a lado venían platicando que ya iban a empezar a inaugurar las nuevas estaciones. Que una o dos cada semana hasta el 30 de octubre. Decían que ya habían empezado por no sé cuál y que este martes le tocaba a Atlalilco, al Eje central y que no iban a cobrar –va a ser de a grapa de aquí hasta que se inaugure toda la línea-. Con esta información, unas líneas que leí en un periódico mientras me boleaba los zapatos y un comentario que me hizo una amiga al respecto; al otro día, con cierta intención me vine pensando en estrenar el cruce de Atlalilco que comunica la línea 8 con la 12. Nunca me cuestioné si era verdad o no, simplemente estuve rumiando la idea todo el día.
Sin mayor reflexión que la de estrenar el nuevo camino y de paso conocer las nuevas instalaciones del metro, los nuevos vagones, el nuevo tren, al regreso de mi trabajo me bajé de manera automática en Atlalilco. Me di cuenta que ya estaba terminado el cruce para el transbordo y como no fui el único que se bajó del metro ni el único que utilizó el nuevo camino continué mi encomienda.
Con las prisas inherentes al uso del transporte público, tras un largo rato de venir parado desde la línea uno del metro, largos minutos de espera en la estación Salto del Agua para abordar de nuevo el vagón, los empujones por ganar no un asiento, sino un espacio en el congestionado convoy, el peso de mi cuerpo y el cansancio del trajín de una jornada de más de 12 horas de trabajo, y la vieja costumbre de no quedarme atrás para que no me gane la gente, continué de manera (algo involuntaria –por que cuando se está consciente de las cosas, cuando se encuentra uno en condiciones de tomar decisiones, cuando se emplean de manera acertada y correcta las facultades mentales con las que dios nos dotó, solo así podríamos hablar de actuar de manera voluntaria-) inconsciente y rutinaria mi camino acelerado de regreso a casa, intentando ganarle el paso a los demás para no rezagarme. Ese fue el error.
De momento pensé en lo lleno que ya vendría el nuevo metro, los nuevos vagones, en llegar primero que todos a ganar un lugar en la estación Atlalilco de la línea 12 del metro. Ahí estuvo el error.
Vi como la gente y yo salíamos de manera rápida, automática y casi "explosiva" del convoy que iba en dirección a Constitución de 1917. Vi a la gente caminar junto conmigo de manera apresurada y cruzar el acceso que comunica una línea con otra, escuché a la gente caminar de tras de mí y seguirme los pasos. Apresuré mi marcha y vi mi celular de reojo. Ese fue el otro error. 
Vi que me había llegado el mensaje ese de las noticias y comencé a leer ensimismado las noticias. Que los diputados iban a aprobar mañana la reforma laboral. Mientras que poco a poco dejaba de escuchar el murmullo de la demás gente. Pasé por el primer cruce (aún sin indicaciones) y muchas de las personas se siguieron por ahí, seguramente se trataba de alguna salida. Seguí leyendo la siguiente noticia mientras caminaba presuroso: "Se acercan comicios en Venezuela, Hugo Chávez dice que tal y tal y tal..". Di vuelta a la derecha en una desviación aún sin señalamientos y me topé con un andador como el que está allá por Martín Carrera para transbordar de la línea 4 a la 6 con dirección a El Rosario, largo, inmenso y apresuré mi marcha. Seguro que ahora si les gano y agarro el vagón vacío-dije-. Crucé algunas salidas aún sin habilitar y aún sin señales y dejé de escuchar completamente el murmullo de la gente. Ya les gané –pensé-. Ese fue el tercer error.
Guardé el celular en la bolsa de mi saco y me topé con una encrucijada. Derecha ó izquierda, adelante o atrás. Según mi orientación de cómo salí del vagón y de cómo había caminado, considerando que conocía los terrenos por donde estaba, pensé: seguramente si regreso voy a dar a Ermita, a la izquierda ha de ser Av. Tláhuac dirección Mixcoac y a la derecha he de salir dirección oriente, de seguro hay un puente que sube, unas escaleras, un andador y listo. Esto lo pensé por que ya había pasado algunas veces por las obras del metro por afuera, en un micro.
El único problema fue que se veía un poco más obscura la iluminación que la que me había acompañado hasta el lugar. Han de estar terminando aún la instalación eléctrica –pensé-. Efectivamente, vi cables nuevos tirados, algunas cajas y seguí caminando. Subí las escaleras, ya solo, ya con menos luz y seguí el pasillo contiguo. No veía a nadie, ni a nada, por lo que aceleré el paso aún más. Caminé apresurado para buscar otra salida pero el corredor se presentaba cada vez más largo, interminable, a media luz, hasta que empecé a ver muchas cajas tiradas, cables, bolsas de empaque, botes, carretes como para enrollar alambre y uno que otro montón de mosaicos nuevos. Bloques de loseta y azulejos apilados a las orillas del pasillo que me hicieron comprender por qué había aún espacios enormes de pared en obra negra. Recordé cuando fui a comprar las losetas para el baño de mi casa y cuando fui a conseguir la teja roja como de barro y de todos los incidentes para contratar un albañil limpio, honesto y trabajador. Comencé a escuchar claramente el murmullo de la gente que de seguro era la que ya estrenaba el nuevo metro. Apresuré el paso, caminé por entre lo obscuro hasta llegar casi al final del recto pasillo, di vuelta de nuevo a la derecha pero no vi nada.
Lo que si escuché fue un murmullo más agradable. Era música, se sentía la música, era un sonido rítmico, medio tropicalón, que llegaba de algún lado. Sin embargo no vi a nadie. Son los vendedores ambulantes, ya empezaron, seguro que son ellos. Ha de estar ya cerca el transbordo por que ya se oye que andan por aquí. Seguí caminando siguiendo el sonido y escuché claramente como ofrecían los 30 años de cumbia por solo 10 pesos. Más de doscientas canciones desde Chicoché, la cumbia del negro y el Cucu, la sonora de Margarita y Willie Colón, hasta las salsas de Adolescentes orquesta. Sí, ya es por aquí- supuse-, pero de repente comencé a percibir como la música también se alejaba y se perdía, se oía confuso, como borroso. Ya no se oye la música, pero comencé entonces a escuchar como de lejos, una voz que pregonaba algo que luego escuché con suma claridad. "Ya llegó la pelota elástica, es la primera pelota mágica, que se estira, se encoge, se bota, rebota, se vuelve a hacer pelota, llévese una a cinco pesos o aproveche la oferta de tres pelotas por tan solo diez pesos". Y se volvió a escuchar nítidamente: "Ya llegó la pelota elástica, es la primera pelota mágica, que se estira, se encoge, se bota, rebota, se vuelve a hacer pelota, llévese una a cinco pesos o aproveche la oferta de tres pelotas por tan solo diez pesos".
-Ah caray, si que ya hay ambulantes-. Seguí caminando sobre los bloques de loseta recién pegados, sucio el piso aún hasta que comencé a caminar sobre pequeños tramos de piso sin loseta, piso solo de concreto, piso sucio, opaco y lleno de polvo. Bloques de pared sucia también, por momentos aplanada, por momentos sin aplanar hasta que llegué a una zona de franco suelo, sin nada de piso, sin loseta. Más adelante se veía una zona inmensa en proceso de remodelación, un túnel que se abría a lado derecho y otro más al izquierdo. –Si no es por este que se ve más iluminado ahora si mejor me regreso pensé-. Seguía medio escuchando el murmullo de gente a bordo del metro y de vendedores ambulantes mientras caminaba, pero no llegaba a mi destino. Se distinguían nuevos caminos, nuevas salidas y desviaciones aún sin señalamientos, por lo que todo se tornaba a la libre decisión y a mi suerte.
Me di cuenta que ya no podría regresar, por que si regresaba "entonces si" me iba a perder. –Además ya he de estar más cerca que hace rato-. Seguí caminando por el suelo sucio hasta encontrarme francamente con tierra de subsuelo. Yo iba vestido de traje y pensé: ya valió, me voy a llenar todo de polvo, inconscientemente me detuve a limpiarme la tierra de los zapatos con una servilleta que llevaba en el bolsillo. Me incorporé, seguí caminando y noté que sólo unos reflectores alumbraban aquel túnel- por que era un túnel prácticamente por donde yo iba caminando-, noté también que ya las paredes no eran otra cosa que columnas de tierra escarbada y el suelo franco subsuelo. -Creo que ora si ya me perdí-. Esto aún no han de ser ni las vías del metro, bueno, donde van a ir después las vías del metro, porque ahorita no hay ni vías, ni concreto siquiera. Pura obra negra, puro terreno escarbado. De repente pisé un charco, me di cuenta rápidamente y me limpié el zapato, di tres pasos más y pisé nuevamente otro charco pero más hondo que alcanzaba a cubrir mis zapatos. Ya no me limpié nada y me resigné que si salía de ese lugar iba a ser por lo menos con el porte de un minero, de un carbonero ó de un trabajador de la construcción. Por fortuna el charco era pequeño, de aproximadamente un metro y medio de ancho; sin embargo no era el único charco en el lugar. De ahí en adelante me pasé caminando un buen tramo con el mismo tipo de incidentes. Charcos, pequeñas depresiones, lodo, polvo, etc.
Caminé por ese túnel, caverna, cueva o como se le pueda llamar y empecé a notar la presencia de piedras, rocas y un ligero resplandor que me obligaba a seguir pensando que me acercaba cada vez más al final del túnel.
Escuché el murmullo nuevamente de los vendedores ambulantes, de momento tan claros, de momento tan confusos al oído, el aire llevaba y traía aquellos sonidos, quizá el eco de los túneles o quizá me acercaba a mi destino y conocería finalmente la famosa y tan esperada línea 12. A donde me estaría acercando en esos momentos?¿En qué dirección iría?¿Iría en dirección a Tláhuac?¿Iría en dirección a Culhuacán? Ó quizá ¿Iría en la dirección opuesta? ¿En dirección a Mixcoac? ¿Pero que estación seguía entonces? Hacia allá era Culhuacán, pero hacia acá ¿Dónde sería? Traté de recordar el mapa mental de las estaciones y de la geografía externa de acuerdo a las avenidas que yo conocía, que yo había recorrido en algún momento de cuando iba a para la central de abastos, de cuando tomaba el microbús que iba para San Pablo, traté de recordar cuando mi mamá nos llevaba a mi hermano y a mi cuando éramos niños a un Aurrerá que estaba por esa zona. Traté de recordar como iba la avenida Ermita Iztapalapa por arriba. Recordé cuando estaba todo escarbado, de cuando empezaron la construcción de la nueva línea pero nada, todo me confundía más. Entre más pensaba, entre más trataba de recordar, más me confundía, era como estar sumergido en un sueño profundo, de esos que le dan a uno cuando se queda dormido en el metro, en algún vagón de noche, de cuando alcanza uno un asiento y queda uno tan dormido, abatido por el calor, por el cansancio del trajín de todo el día, cuando se queda uno en un estado de narcosis profunda por el amotinamiento de pulmones por la cantidad de gente que exhala y exhala bióxido de carbono y se rifan en conjunto una batalla por consumir el escaso oxigeno que hay en la horas pico entre cada estación del metro.
En esas reflexiones me encontraba cuando tropecé con una piedra hueca, no muy pesada, como de 15 cm de diámetro. Me llamó la atención y la levanté. Me di cuenta que se trataba como de una vasija de barro vieja. La iba a tirar pero la conservé, según yo por si la llagaba a necesitar después. Pensé que sería de algún albañil, de alguno de esos mineros que estuvieron escarbando la obra, sin embargo al poco rato noté que era un accesorio muy frágil y viejo –ha de ser un "jarrito de Metepec"-. Poco después me topé con un par de piedras pesadas, como de 10 cm cada una, eso si, igualitas, suaves, lizas, medio triangulares y con un agujero en su parte más angosta. Órale, parecen unas orejeras –dije-. Recordé cuando mi Papá hace muchos años nos llevó al cerro de la Estrella y de la enorme cueva que había, protegida con unas rejas amarillas y un letrero que decía: "Peligro, no pase". Me acordé de los rumores que se decían, que si llegaba hasta el Ajusco, que si llegaba al centro de la tierra, que muchos entraban pero que ya no salían, que por que había un muerto que les ofrecía dinero y joyas, grandes tesoros pero que debían llevarse todo junto para que pudieran salir por que si nada más tomaban una parte ya ahí se quedaban. Decían también que posiblemente ahí estaba enterrado el tesoro de Cuauhtémoc, que ese túnel iba a dar al mero corazón de Tenochtitlan, al mero ombligo de la luna y que nadie era capaz de entrar ahí, salvo algunos sacerdotes mexicas que aún debían vivir por algún lugar del valle de Anáhuac. A ver si no salgo a la cueva esa que está en Iztapalapa-pensé-.
Entre la confusión, la fatiga y el estupor en que me encontraba, traté nuevamente de recordar que habría arriba de aquella gruta donde me encontraba caminando. Por dónde me encontraría caminando en aquel momento y recordé un dibujo con los trazos antiguos de aquella región. Quizá estoy por la viga-creí-. Más o menos recordé un mapa viejo que mostraba la vieja región delineada por grandes y finos canales y me acordé de las fotos esas donde se veía perfectamente el canal que llegaba o salía de la viga con dirección al sur, del chinamperío que formaba aquella región, del agua invadida de chalupas, navíos y hasta de un vapor que según llegaba hasta el mero pueblo de Chalco. ¿Y que tal si voy caminando por uno de esos canales? ¿Que voy a hacer si me encuentro con más agua, con un gran río o algún enorme yacimiento de agua de esos que se presume hay en el subsuelo de toda esta zona? En fin a seguir caminando. Llevaba la vasijita y las dos orejeras en las manos cuando comencé a mirar figuritas de barro y cerámica esparcidos por el piso, algunos completos y otros destrozados por el tiempo, grandes, fragmentos de manos, máscaras, brazos y pequeñas figurillas completas, conservadas, talladas en piedra. Algunos acomodados, algunos regados por el piso. En eso me encontraba cuando me di cuenta que el suelo ya no era de tierra si no de piedra, de concreto, firme y liso. Enfrente de mí, erguida frente a un inexplicable resplandor brillante de luz blanca, se mostraba una gran estatua como de cuatro metros de altura, de blanca piedra tallada, una piedra cristalina como el cuarzo, de un blanco intenso y con algunos tonos azulados, una figura como de mujer indígena, de pelo lacio, largo, suelto, el fino cuello adornado con un collar hecho al parecer de grandes perlas como de mar, concha nácar, conchas de abulón, cuarzo amatista y geodas, semidesnuda del torso, de discretos senos, tallada en piedra y mostrando el ombligo con ambas manos, haciendo un semicírculo con los dedos pulgar e índice de cada mano para mostrar la delineada cicatriz umbilical. La mirada quedaba fija hacía algún punto cardinal (seguramente), los ojos rasgados como de luna creciente y el ombligo tallado como de luna creciente también. ¡Asombroso! ¿Aquí dónde será? ¿Quien sería esa deidad? ¿Será que es aquí el corazón de México? ¿El ombligo de la luna? ¿Qué me deparó el destino hoy? ¿por qué estoy aquí? ¿Qué más hay aquí? ¿Hacia dónde me muevo?
En fin, me dispuse a seguir caminando y así lo hice, seguí por aquel camino aplanado, que seguro me llevaría a la pirámide de la deidad, al templo ó algún lugar mejor. En esos momentos me olvidé por completo de encontrar mi primer objetivo que era la nueva línea del metro ó incorporarme de nuevo al trasbordo para regresarme a la línea 8. Creí que mis pasos me llevarían a encontrar un nuevo monumento ó alguna joya arqueológica, que cuando saliera de ese lugar iba a contar todo al INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), y que a partir de ese descubrimiento se replantearía la historia del México antiguo. Pensaba llevarme las dos orejeras de muestra para entregarlas como prueba de mis descubrimientos, pero una preocupación me llegó a invadir. ¿Y si me llega a ver la policía y me preguntan por qué estoy aquí?¿si piensan que me estoy robando las piezas?¿Si no soy el primero que por aquí anda y esto está resguardado a la salida por guardias, policías y hasta por los arqueólogos que seguramente ya están enterados de esto? Esas eran mis preocupaciones mientras seguía caminando, sin embargo, al mismo tiempo pensaba sobre qué pruebas podía yo llevar en caso de tener que dejar las muestras encontradas.
Seguí caminando con esa preocupación de ser visto por la policía y de qué les iba yo a decir. Cuando empecé a escuchar nuevamente el murmullo de la gente mientras sentía claramente como se acababa el oxígeno, como se acentuaba mi fatiga y como mis preocupaciones se acrecentaban. ¿En qué iba a acabar esta pesadilla?-pensé-.
De momento empecé a sentir la presencia de muchos hombres vestidos de azul, sombras de ellos, decenas de ellos. Finalmente los vi como de forma borrosa frente a mí. Me han visto –pensé-, ahora dónde me escondo, me están llamando, se acercan hacia mi. A la par, el ensordecedor murmullo de timbres, sirenas, alarmas y silbatos agudos por todas partes. Murmullos de gente también, bultos de personas, sombras de gente, ríos de gente. Rostros serios, sirenas, gritos. Y los silbatos cada vez más fuertes y más ensordecedores. La policía.
Me había visto finalmente la policía, vieron cómo caminaba lentamente, cómo deambulaba con una franca facies de gente perdida. Con un cierto aire de indigente cansado, desanimado y abatido. Total, que me lleven pero que ya termine esta pesadilla de incertidumbre y de desaciertos que me tiene en este momento como abrumado, como turbado, como entumecido, completamente desorientado, cansado, fatigado, estuporoso y con miedo. Ya ni para dónde hacerme, ya me darán tiempo de explicar por todo lo que he pasado-me dije-.
Los policías me vieron, me señalaron y uno de ellos se me acercó, sentí su sombra y su presencia tan cerca que me tomó del hombro con una mano, me sacudió brevemente y me dijo: "Constitución caballero, este tren deja de dar servicio, favor de desalojarlo".
Octubre 2012

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