Alimentación,
tema de Estado
Yuriria
Iturriaga
Si
el motor de la vida es el instinto de supervivencia y su combustible
la alimentación, ¿por qué este tema específico es obviado por
quienes dirigen los destinos de las naciones, hombres o mujeres, y lo
reducen al tema de la producción? ¿Por qué sólo se habla de
productos (maíz, arroz, trigo, oleaginosas, jitomate, chile…) con
relación a volúmenes, precios, oferta y demanda, importaciones,
inflación, como parte de estadísticas y a veces de la canasta
básica, pero no figura su conjunto bajo un rubro que defina el
concepto de alimentación,
que guíe la investigación sobre este fenómeno y determine las
políticas públicas para asegurar este derecho universal?
¿Por
qué este tema no forma parte de las promesas de campaña, ni de los
programas de gobierno o del reporte de logros en este rubro?
¿Por qué se habla de ello sólo cuando una hambruna local se revela
a la opinión pública o cuando un grupo de especialistas dedicado a
la nutrición reclama que ningún candidato a la Presidencia abordó
la mala alimentación, la obesidad y la diabetes? ¿Como si sólo el
hambre y la enfermedad pudieran darle seriedad a
este asunto? La prueba es que publicaciones serias sobre producción
agrícola y conexos temen aceptar colaboraciones alrededor del hecho
de alimentarse, como si esto fuera una frivolidad del género humano
representada por la apropiación que bajo el nombre de gastronomía
han hecho un millar de escuelas-negocio a través de la República.
Sin
duda, un historiador de las ideas diría que en el México actual la
alimentación constituye aún un obstáculo epistemológico para las
clases dirigentes y particularmente entre políticos y académicos,
para quienes este hecho tan cotidiano, inherente a sus propias vidas,
no puede ser reflexionado y por lo mismo consideran indigno de
constituir una disciplina propia del conocimiento y de la
investigación.
Mientras
que los productores directos de alimentos que consumen ellos mismos,
insumos y platillos cocinados, convierten su experiencia en centro
del pensamiento, creación y transmisión de conocimientos, es decir,
en cultura de la alimentación; pero ellos son especialmente
discriminados por negociantes y consumidores de alimentos, los que
ignoran o minimizan el papel histórico de la alimentación en el
desarrollo del conocimiento humano: en la ingeniería (se
construyeron antes que techos, silos), el transporte (antes que para
humanos para productos), la aritmética y geometría (pesas, medidas,
equivalencias, para la producción y el comercio), geografía,
medicina, botánica, zoología… disciplinas (no exhaustivas)
emanadas de la necesidad de alimentarse suficiente, con calidad y de
acuerdo con cada cultura.
Para
el nuevo proyecto de nación que merecemos y tendremos, propusimos la
creación de la Secretaría de Alimentación Pública en vez de la
Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo rural, Pesca y
Alimentación, cuyo sólo nombre indica el lugar de la alimentación
en el pensamiento y obra de la burocracia mexicana, cuando ésta debe
integrar todos los otros rubros y más.
Porque
no es un asunto menor ni banal transformar la manera de pensar la
alimentación: de resultado de la productividad de una clase y
negocio para los productores, de carga para el gobierno y un rubro
más de sus importaciones, a pensar este fenómeno como el
combustible del motor de la vida de un pueblo, vida de la que el
Estado debe ser garante.